martes, 16 de junio de 2009
El núcleo urbano era la medina, de trazado apretado y denso, que, a su vez, se organizaba en dos zonas: la comercial y la vecinal.
El zoco era un lugar de encuentro, en el que, en medio de un frenético deambular, se sucedían las más diversas transacciones, y también las más insospechadas intrigas. Los oficios y los puestos se extendían por áreas especializadas, en las que se podían hallar las más variadas mercancías. Desde especias y perfumes hasta hortalizas y frutas, carne, tejidos, orfebrería y cerámica.
La mezquita era también un lugar frecuentado, no sólo para efectuar la oración comunitaria, sino para convocar distintas reuniones de tipo social y vecinal, o simplemente para estudiar con un poco de sosiego, o escapar a los calores estivales entre la umbría del bosque de columnas.
La vida doméstica se desarrollaba fuera del recinto comercial, en los barrios fortificados de la medina que, para mayor seguridad, se cerraba de noche mediante dos puertas y estaba vigilada.
Las viviendas, austeras y sobrias en su exterior, podían ser muy lujosas en su interior y, en cualquier caso, eran un refugio de paz y confort, muy por encima de lo habitual por entonces en otros lugares del resto de Europa. Organizadas todas en torno a un patio -si la familia se lo podía permitir, en él se ubicaba una alberca o, cuando menos, un pozo- las alcobas, salones y la cocina se abrían a este espacio y se distribuían también en torno a la galería superior. El mobiliario era sencillo, apenas unos arcones, una mesa baja de taracea, y algunos altillos y hornacinas en los que depositar un libro o algún adorno de marfil. De dar calidez al entorno se encargaban las esteras y alfombras tupidas de lana, unos mullidos almohadones de seda o lana bordada y un buen brasero.
En la cocina, esta refinada mujer se hacía virtuosa, y se esmeraba preparando riquísimos alfajores y pestiños, albóndigas con comino, gachas de carne y sémola, cuscús, empanadas de guisantes y merluza, pescado al cilantro verde o berenjenas rellenas.
RECETARIO MUSULMAN
Cuando en las tierras de Al Andalus se ponían las mesas para cualquier celebración, el perfume de las especias podía dejar en trance a los comensales. Allí se daban cita el laurel, el ajo, el cilantro, el comino, la pimienta y la canela, que ejercía de reina de toda esa perfumada corte, sin desdeñar las hierbas como el hinojo, hierbabuena, tomillo y romero. En cuanto a los postres, además de las frutas más diversas —manzanas, granadas, higos, membrillos— donde realmente brillaban la inventiva y el buen hacer andalusíes fue en los postres: buñuelos de varias clases, pasteles de almendra, pastelillos de miel, confituras de frutas... y todo aderezado abundantemente con agua de rosas. Si la cara, según el refrán popular, es el espejo del alma, la mesa, es el reflejo del carácter de un pueblo o de una comunidad.
Costillas con miel. Ingredientes:
Patas de cordero.
Cazuela de habas.
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