domingo, 23 de octubre de 2011
Sin duda, Carlomagno fue el lazo que mantuvo unido el Imperio, a su muerte, el Imperio se resquebrajó.
Según el Tratado de Verdún, del año 843, el Imperio quedaría dividido entre sus hijos; Carlos el Calvo recibió la parte occidental, que más tarde se convertiría en la actual Francia; Luis el Germánico ocupó la parte oriental, de la que nació en el año 962 el Sacro Imperio; y el mayor, Lotario, heredó el título imperial y el territorio intermedio entre los otros dos, la llamada Lotaringia, que desapareció en el año 870, dividida y anexionada por los otros dos reinos, que a su vez no tardaron en dividirse. Europa quedaba así fragmentada, y se perdía su fuerza unitaria.La debilidad de los reyes se hizo evidente y se vieron obligados a ceder gran parte de su autoridad a condes y marqueses para obtener su apoyo.
Además, durante los siglos IX y X, Europa fue asolada por nuevos invasores. Los vikingos procedían de Escandinavia y se asentaron en las islas Británicas y las costas atlánticas. Los magiares formaron un reino en Hungría. Los eslavos, que provenían de las llanuras rusas, se asentaron en la Europa oriental y en los Balcanes. Además, hubo por toda Europa incursiones de piratas sarracenos y normandos, y en los caminos abundaban los ladrones.
La inseguridad general obligó a los reyes a encomendar a los nobles la defensa de sus respectivos territorios. En estos nobles vieron las gentes su auténtica protección, y no en el rey, que era débil y estaba lejos.
Durante la segunda mitad del siglo IX y durante todo el siglo X Europa quedó fragmentada en numerosos reinos y señoríos. La mayor parte de ellos eran cristianos, unos cristianos latinos, otros cristianos griegos. Los musulmanes también estaban presentes en Al Andalus, al sur de la península Ibérica, y los bizantinos ocupaban el extremo suroeste del continente.
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